Maitri, el amor compasivo hacia nosotros mismos


Extraído del libro "Cuando todo se derrumbra" de Pema Chondron.

Se dice que no podemos alcanzar la iluminación, por no hablar de sentirnos felices y alegres, sin ver quiénes somos y lo que hacemos, sin darnos cuenta de nuestros patrones y hábitos. A esto se le llama maitri, a desarrollar la amistad incondicional y el amor compasivo hacia nosotros mismos.
Lo que hace que el planteamiento de maitri sea tan diferente es que no estamos tratando de resolver ningún problema. No estamos luchando por hacer que el dolor desaparezca o por ser mejores personas. De hecho, estamos renunciando completamente a controlar nuestra situación y dejamos que los conceptos e ideas se caigan hechos pedazos.
Este proceso empieza cuando nos damos cuenta de que lo que estamos haciendo no es el principio ni el fin, sino que es el mismo tipo de experiencia humana normal que le ha estado ocurriendo a la gente corriente desde el principio de los tiempos. Los pensamientos, emociones, estados de ánimo y recuerdos vienen y van, y el ahora básico está siempre aquí.
Nunca es demasiado tarde para observar nuestra mente. Siempre podemos sentarnos y dejar espacio para que surja cualquier cosa, lo que desee surgir. Algunas veces tenemos una experiencia de nosotros mismos que nos conmociona; otras veces tratamos de huir; otras, la experiencia de nosotros mismos nos sorprende; a menudo nos dejamos llevar. Sin juicio, sin ceder a los gustos y disgustos, siempre podemos animarnos a estar en el aquí y ahora una, y otra, y otra vez más.
Lo doloroso es que cuando aceptamos la desaprobación, estamos practicando la desaprobación; cuando aceptamos la rudeza, estamos siendo rudos. Y cuanto más lo hagamos, más fuertes se vuelven estas cualidades. Es muy triste que nos hayamos hecho expertos en hacernos daño a nosotros mismos y a los demás. El truco, en este caso, consiste en practicar la suavidad y en saber soltar. Podemos aprender a encontrarnos con lo que surja con curiosidad y sin hacer gran cosa de ello. En lugar de luchar contra la fuerza de la confusión, podemos encontrarnos con ella y relajarnos. Cuando lo hacemos, vamos descubriendo gradualmente que la claridad siempre está presente. En medio de las peores circunstancias de la peor persona del mundo, en medio del pesado diálogo con nosotros mismos, el espacio abierto siempre está disponible. El pensamiento discursivo se parece mucho a un perro salvaje que necesita ser domado, pero en lugar de golpearlo o de tirarle piedras, lo vamos domando con la compasión. Nos observamos una y otra vez con precisión y bondad para permitirle que se vaya calmando gradualmente.
Nuestros demonios personales tienen diversos disfraces. Los experimentamos como vergüenza, como celos, como abandono, como ira. Son cualquier cosa que nos haga sentirnos tan incómodos que tenemos que huir constantemente.
Nos escapamos a lo grande: expresamos nuestras emociones reprimidas, gritamos, damos un portazo, pegamos a alguien o tiramos un tiesto para no tener que enfrentar lo que está ocurriendo en nuestro corazón. U ocultamos los sentimientos amortiguando de alguna manera el dolor. Podemos pasar toda la vida huyendo de los monstruos que viven en nuestra cabeza.
En todo el mundo la gente está tan ocupada corriendo de aquí para allá que olvidan disfrutar de la belleza que les rodea. Estamos tan acostumbrados a huir ciegamente hacia adelante que nos robamos los momentos de alegría. A veces parece que preferimos la oscuridad y la prisa. Podemos protestar, quejarnos y estar enfadados durante mil años, pero aun en medio de la amargura y el resentimiento podemos vislumbrar la
posibilidad de maitri. Oímos llorar a un niño u olemos el pan que alguien está haciendo; sentimos la frescura del aire o vemos el primer azafrán de primavera, y a pesar nuestro nos sentimos transportados por la belleza de nuestro propio patio trasero. La forma de disolver nuestra resistencia a la vida es encontrarnos con ella cara a cara. Cuando nos sentimos molestos porque la habitación está demasiado caliente, podemos entrar en contacto con el calor y sentir su fogosidad y su pesadez. Cuando nos sentimos molestos porque la habitación está demasiado fría, podemos contactar con el frío y sentir cómo nos hiela. En lugar de quejarnos de la lluvia, podemos sentir su humedad. Cuando nos preocupamos porque el viento hace temblar nuestra ventana, podemos conectar con él y escuchar sus sonidos. Podemos hacernos el regalo de soltar nuestras expectativas porque no existe cura posible para el frío o el calor, seguirán presentándose siempre. Cuando hayamos muerto, el flujo y reflujo, las olas del mar, el día y la noche continuarán; así es la naturaleza de las cosas. Ser capaces de apreciar, ser capaces de mirar de cerca, ser capaces de abrir nuestra mente: ése es el núcleo de maitri.
La polución de los ríos y del aire, las guerras familiares y nacionales, los vagabundos sin hogar llenando las autopistas... son los signos tradicionales de una era de oscuridad. Otro de los signos es que las personas están envenenadas por las dudas respecto a sí mismas, y se vuelven cobardes.
Practicar el amor compasivo hacia nosotros mismos parece una buena forma de empezar a iluminar la oscuridad de los tiempos difíciles.
Estar preocupado por la autoimagen es como ser ciego y sordo; como estar en medio de un gran campo de flores silvestres con una capucha cubriéndonos la cabeza; como estar ante un árbol lleno de pájaros cantores con tapones en los oídos.
En todas las naciones, en todas partes, hay mucho resentimiento y mucha resistencia a la vida; es como una plaga fuera de control que está envenenado la atmósfera del mundo. Llegados a este punto, puede ser sabio reflexionar sobre lo que estamos co-mentando y empezar a pillarle el truco al amor compasivo.