Experimentar la verdad en uno mismo


De "El libro de Yoga" de Swami Vishnu Devananda, discípulo de Swami Sivananda (foto).

El hombre, no satisfecho con los modernos inventos y con el conocimiento de los siempre indesifrables misterios de la naturaleza, busca incansablemente un objetivo más allá. Cuando observa los milagros de la naturaleza a través del misterioso átomo, madre de todas las cosas, o a través de las estrellas y los planetas que flotan ilimitados en ese vasto espacio y tiempo, chocando y alejándose entre sí, su intelecto rehúsa trabajar. Este cansado intelecto, errando a través de galaxias en un espacio en el que nuestro planeta sólo es una mínima partícula, regresa lleno de desencanto y vergüenza.
El hombre ya no está satisfecho con su intelecto, la máquina de razonar que no aporta respuestas a sus preguntas: "¿Cuál es el propósito de la vida?"; "¿quién soy yo?"; "¿donde iré?"; "¿es la muerte física el final de todo?", y otras similares. Este hombre intelectual que presume de conocerlo todo regresa a su plano incapaz de descubrir el final de las galaxias, la cosa más grande que puede conocer, o las formas de los electrones, lo más pequeño que puede aproximar a su razón. Su intelecto no puede penetrar por encima o por debajo de estas dos magnitudes a través de una ley desconocida.
Con un instrumento tan limitado como el intelecto es inútil tratar de hallar la verdad o medir las desconocidas profundidades de la eterna cuestión del por qué de la vida.
No podemos ignorar la verdad eternamente, si existe una verdad. En efecto, hay unos pocos que ya han trascendido la limitación de tiempo y espacio y pueden ver el pasado, presente y futuro sin este minúsculo intelecto. Estas personas son llamadas videntes o santos, y tienen un sistema de aprehender la verdad científicamente ideado que puede satisfacer el intelecto, aunque su conocimiento está por encima de él. Su método, engañosamente sencillo, es muy difícil para mentes impuras o desentrenadas. Utilizan los mismos rayos disipados de la mente que la mayoría de la humanidad utiliza para la percepción de las sensaciones externas, enfocándolos en lo más recónditos y oscuros lugares del corazón. En su momento, estos rayos concentrados en un punto iluminan las espesas tinieblas de lo desconocido.
Mientras la mente errante se mueva hacia los objetos exteriores no hay posibilidad de enfrentarse a la verdad o a Dios.
Las respuestas a las cuestiones trascendentales no les vienen a los videntes o santos del estudio intelectual o de experimentos de laboratorio, sino de la desconocida e ilimitada fuente de sabiduría y conocimiento adquirida durante sus silenciosas horas de meditación, cuando la mente y el intelecto cesan de funcionar; porque el auténtico conocimiento de Dios o la verdad y las respuestas a tales cuestiones solamente vienen cuando la mente y los sentidos alcanzan un grado de absoluto apaciguamiento.
La pregunta surge ahora por sí sola. "¿Existe Dios?", "¿hay otra vida después de la muerte?", "¿cuál es el objeto de la vida?" porque sin algún objeto no nos tomaríamos la molestia de buscar respuesta a estas preguntas.
Los pocos que poseen la verdad declaran que ella acabará con todas nuestras miserias. Cuando el hombre alcanza la verdad se enfrenta a algo que es, por propia naturaleza, eternamente puro y perfecto. Todas nuestras miserias proceden del temor a la muerte y a la enfermedad y de deseos insatisfechos. Cuando el hombre alcance la verdad o su naturaleza real descubrirá que es inmortal. En consecuencia, al no morir nunca, desaparecerá su temor a la muerte, con la comprensión de su naturaleza real y sabiendo que el "reino de los cielos" está dentro de él, el hombre disfrutará de una felicidad perfecta, incluso, mientras viva en su cuerpo físico.
El objeto de la existencia es alcanzar, mientras se vive, un estado de liberación de la muerte, dolor, aflicción, vejez, enfermedad y renacimiento. Para desechar estas aflicciones cada religión tiene su doctrina. Muchos practicantes siguen ciegamente a sus líderes sin conocer el objeto de la vida y de la religión. Están satisfechos con creer sin practicar. Asimismo, los dirigentes de muchas doctrinas piden a su pueblo que los siga ciegamente. Este acto del ciego conduciendo al ciego ha hecho abandonar su auténtico camino a muchos fieles sinceros por falta de fe en el conocimiento teórico.
Todos los fundadores de religiones vieron a Dios; todos vieron sus propias almas; todos ellos vieron un futuro eterno. Predicaron lo que vieron. Dieron métodos para alcanzar este estado de experiencia o conocimiento en el que todo el mundo podría ver la naturaleza de su alma eterna e inmortal. Los actuales maestros y practicantes religiosos, más ocupados en predicar que en practicar, arguyen que tales experiencias fueron posibles solamente para los fundadores de la religión; ningún hombre puede ser realmente espiritual hasta que no haya alcanzado la percepción de estos maestros. Todo hombre necesita experimentar la verdad dentro de si; solamente entonces desaparecerán todas sus dudas y miserias. Cristo dijo: "Si perseveráis en mi doctrina, seréis verdaderamente discípulos míos. Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres" (San Juan 8:31,32).
La ciencia del Yoga ofrece un método, práctica y científicamente preparado, para buscar la verdad. Así como toda ciencia tiene su propio método de investigación, así también la ciencia del Yoga tiene el suyo y declara que la verdad puede ser experimentada, aunque esto solamente ocurre cuando se trascienden los sentidos y cuando la mente y el intelecto cesan de funcionar.
El maestro de Yoga no se detiene a probar su teoría a medida que avanza en ella, ni trata de demostrar o argüir en sus clases; su enseñanza es autorizada, puesto que el mismo ha experimentado lo que le enseñó su maestro. La verdad que enseña es una verdad aceptada, y los que estén preparados para ello la reconocerán intuitivamente. Por otra parte, ningún argumento o discusión puede hacer llegar la verdad a aquellos que no están todavía preparados o suficientemente evolucionados para recibirla.
El  maestro sabe que gran parte de sus enseñanzas no son mas que una siembra y que por cada idea que el estudiante comprende hay cien que no reconocerá conscientemente hasta que su mente esté preparada para comprenderlas y aceptarlas. Esto no significa que todos los maestros de Yoga insistan que sus estudiantes acepten sus enseñanzas ciegamente. Ellos sabes que al principio el estudiante no puede aceptar todo, y por eso insisten en que acepte solamente aquella porción de verdad que pueda probarse a sí mismo con sus propias experiencias. Al estudiante se le enseña que antes de que pueda llegar a comprender cosas mas profundas tiene que desarrollarse y abrirse a través del servicio, devoción y una vida moral. A medida que el estudiante avanza por la senda del Yoga se hace consciente de muchas cosas que su maestro le había enseñado ya teóricamente. En cierta medida se aconseja al estudiante seguir las enseñanzas hasta que sea capaz de experimentar la verdad dentro de sí. Al principio se beneficiará del consejo y experiencia de los maestros que le han precedido. Ahora bien, cada hombre tiene que aprender a través de sus propias experiencias. Caminando a lo largo de esta senda, verá señales dejadas como guía por los que han ido delante de el en cada etapa del viaje y, en su momento, dejará el mismo sus propias marcas a los que les sigan. Un auténtico estudiante no seguirá ciegamente estas señales,  sino que únicamente se aprovecharía de ellas hasta que alcance el objetivo para no perderse en esta difícil senda.
La siguiente anécdota ilustra el punto: en cierta ocasión, en la India, un maestro se dirigía a un río sagrado para tomar un baño de purificación. Le acompañaban gran número de discípulos devotos. Como es costumbre, el santo llevaba una vasija para transportar el agua bendita del río sagrado. Al llegar a las arenas de la orilla el santo excavó un hoyo, enterró la vasija y apiló un montón encima como marca. Sus discípulos, que no sabían lo que había hecho, tan solo repararon en que había apilado un montón de arena. Suponiendo que esto formaba parte de la ceremonia, hicieron montones similares a lo largo del banco de arena. Cuando el maestro terminó su baño se dirigió a buscar la vasija. En lugar de encontrar un montón de arena, descubrió toda la orilla cubierta de montones similares. Atónito, preguntó la razón de todos esos montones. Al saber que únicamente habían tratado de imitarle, el santo quedó pasmado de la necedad de sus discípulos que le imitaban ciegamente. No es preciso añadir que encontrar la vasija no resultó fácil.